viernes, 6 de noviembre de 2009

Campo

Marta ya esta despierta. Su marido le ronca al lado. Afuera empieza a clarear y se oyen los gallos. Se levanta prende unos marlos en la cocina, lo necesario para el agua. Tantea el mejor pan de la bolsa lo saca lo corta en tres y lo deja arrimado al fuego.

Le prepara ropa limpia, toda, desde las zapatillas hasta la gorra. La siembra ensucia mucho. El mate cocido con leche y azúcar ya está en el tazón enlozado con la cuchara, de las grandes, adentro y el pan con dulce en un plato al lado.

Marta se va a la bomba. En la palangana del lavadero había agua limpia pero se la deja al Agustín. Con la segunda bombeada sube el agua cristalina, helada, dura. Marta se lava, se despierta, se prepara para otro día.

Barre, cuelga ropa, le echa maíz a los pollos, riega la huerta, endereza los tomates y saca yuyos. Se lleva unos zapallitos, ajíes y cebollas para la casa. Abre la cortina de la cocina, sacude el felpudo y pasa un trapo. Agustín ya está levantado. Se dicen algo. Sigue por la pieza. Abre la cortina, sacude las sábanas, hace la cama, pasa el trapo, junta la ropa sucia y la lleva al lavadero. Se viste con su uniforme, dice chau y se va. El pueblo, donde trabaja, está como a cuarenta minutos de paso ligero y hoy va a hacer calor.

Agustín termina el desayuno y se pone la ropa limpia. Va al corral y arregla un alambrado flojo. Hace días que Marta se lo había pedido. Guarda la herramienta y se va para la tranquera al oír pasar la chata por el camino de atrás. La chata se acerca y Agustín salta a la caja antes que pare y los alcance la tierra.

Ya están en el campo y está todo preparado: gasoil, semilla y químicos cargados. Agustín se sube al tractor que no parará hasta el mediodía. Se siembra en segunda con mucho ruido y poca velocidad. El polvo del rastrojo se le pega de afuera y de adentro. Siembra franjas de cuatro metros. El campo tiene mil. Un par de días si no paran. El trabajo es monótono pero mucho más seguro que trabajar con animales. Además se pasa casi todo el día sin tener que hablar con nadie.

Sin más reloj que la aguja del gasoil sabe que esta vuelta es la última antes de parar. Deja el tractor cerca de la casilla y se baja. Con la vibración y el no usarlas, las piernas no se sienten por un rato. Empieza a echar semilla a los tachos cuando llega el patrón. Echar semilla con las bolsas al hombro es pesado pero peor es poner los químicos; hay que hacer cuentas. Eso lo hace Tomás. Juntos completan el gasoil sin hablarse. Agustín no tiene novedades y Tomás sabe que Agustín prefiere no hablar de gusto.

Tomás sube al tractor y hace un par de vueltas mientras Agustín come lo que le trajo. Nota que el hidráulico otra vez pierde, poco, pero pierde. Hoy mismo tiene que encargar los repuestos.

Se va directo para el pueblo, aunque sea la hora de la siesta. Hará tiempo en el boliche, a alguno va a encontrar. Se toma un cafecito y charla de la carrera, del gobierno y del tiempo. En cuanto abren el taller encarga que le traigan los repuestos. Pasa por la Cooperativa porque tiene que cubrir unos cheques. En el almacén compra pan, masa fina y ginebra, se acabó la de la matera del galpón.

Después, va directamente al otro campo. A juzgar por el ganado que hay de un lado y otro de la manga, calcula que ya hizo un poco más de la mitad. Vacunar solo es lento; tenés que hacer fuerza con el animal y con el brete pero enseguida tenés que ser delicado con la aguja y la jeringa. En realidad, decir que trabaja solo es injusto, los perros ayudan, y mucho. Sobre todo el León que encara firme y te pone los animales, de a uno, en la manga y nunca los lastima.

De vuelta, pasa por la casa. El caño transpirado del molino, su estación meteorológica infalible, le confirma que se viene el agua. Antes tiene que terminar de sembrar, si o si. Hoy no paran. Tomás sonríe pensando en su primo porteño que todavía no cree lo del caño del molino y menos lo de cruzar cuchillos y sal bajo la mesa para que pare de llover.

Vuelve a pasar por el pueblo, por la fábrica. Le avisa a Marta que hoy no lo espere a Agustín. Que tienen trabajo hasta mañana. Le guiña un ojo y le dice que él sí va a pasar un rato a la noche.

Marta vuelve apurada a la casa, tiene que preparar algo rico y se tiene que lavar. Al Tomás ya lo conoce, él no pide mucho y termina rápido. Está contenta, hoy va a tener alguien con quien charlar.

1 comentario:

  1. Alejandra Josifovich6 de noviembre de 2009, 12:58

    IMPECABLE. Gracias amigo, por evocarme esa infancia amorosa que extraño: el ruido metálico de la bomba, la bulla de las gallinas con el maíz, la chata que se acerca echando tierra, las compras en el almacén, la resistencia de los animales a entrar en la manga, el molino ...
    Los cuchillos cruzados con sal bajo la mesa: lo único que conservo intacto de ella.

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