viernes, 9 de octubre de 2009

Pampero

Hace calor, hay sol y algo de viento aunque desde la ciudad esto último es engañoso.
Llegamos a la marina. Hay agua, perfecto, está todo dado para el viaje. Ropa y comida acomodadas. Salimos.
Viento del norte a quince nudos. Dejamos la costa a las diez horas. Si este viento se mantiene, a las cinco estaremos en Colonia. Hace mucho calor.
Se apaga el motor. El silencio es reconfortante y parece absoluto. El oído se acostumbra y vuelven a oírse el agua contra el casco, el tintineo de alguna driza, el ocasional ruido del viento en la vela, nuestra charla. El friso de Buenos Aires se achica y se pierde más rápido que otras veces. El cielo está celeste claro y lechoso. Un halo de bruma envuelve a la ciudad y la desdibuja. El calor aumenta y el viento va desapareciendo.
Son las once cuarenta ya pasamos el Canal Mitre, había bastante actividad, un par de barcos, grandes, muy grandes, se cruzaron cerca nuestro. Lamentablemente el viento sigue bajando, no llega a los cinco nudos. El calor aumenta.
Es la una, no hay viento, las velas portan muy poco y el río se ha vuelto de aceite. Mi transpiración se mezcla con la crema protectora y me hace arder los ojos. La cubierta se llena de insectos. Los tábanos son los peores, además de molestar, pican. Avanzamos a menos de dos nudos, llegaremos en unas diez horas. Chau al atardecer con cerveza en un barcito de la ciudad vieja. Buenos Aires ya no se ve. La bruma se va convirtiendo en algo feo. El barómetro se cae (presión bajó más de diez hectopascales en la última hora).
El calor sigue apretando no da ganas de moverse pero hay que prepararse. Velas abajo, trajes de agua, botas y chalecos salvavidas, carga amarinada, tapas cerradas, posición verificada y a esperar. Para variar, el pronóstico no dijo nada al respecto (o yo no quise oírlo).
Estas tareas previas a la tormenta son la subida lenta y tortuosa del principio de la montaña rusa. Es el momento para preguntarse qué tiene de divertido lo que está por venir y quién me manda a meterme en esta situación.
La calma es absoluta, el cielo sobre Buenos Aires es negro, sobre Colonia, que todavía no se ve, está despejado pero también lechoso. Son las dos. El agua sigue quieta y nosotros también. Ya se huele la lluvia, es lo primero que llega. Ahora se ve, a lo lejos, como arruga el espejo de agua que dejó de ser marrón, es violeta u azul oscuro. Llega la primera racha En un minuto el paisaje es otro…

1 comentario: